6 meses enamorada de todos y de ninguno

Con Fonseca de fondo, Carlos Vives en mi cabeza y la felicidad de Celedón acompaño mi momento para contar una de las mejores experiencias vividas, mi estancia en Colombia. Un reportaje socioeconómico me trajo aquí hace seis meses. Parece que fue ayer cuando puse el pie en Cali.  Me enamoré. Uno de los lugares donde gente más humana he conocido. Como dice el himno, «si el sol alumbra a todos, justicia es libertad». Así me siento en Colombia, llueva o brille estoy como el sol, con energía desde el primer tinto de la mañana.

Dios me ha puesto una estrella desde que llegué para conocer a personas maravillosas. Es difícil de explicar el sentimiento que tengo viviendo aquí, viajando de un lado para otro, reuniéndome y conociendo a gente de todos los estratos. Cada uno se convierte en un amigo, ya sea el más alto funcionario público al zapatero que limpió por último día mis zapatos. Ni que decir cada uno que me vende esos vasitos de plástico de fruta dulce. Delicioso. Esto atrapa. Salgo a la calle y tengo una sensación de felicidad indescriptible. Por supuesto que Colombia tiene mucho que crecer y perfeccionarse, pero me duele que la idea que se transmita al mundo sea de inseguridad. Aprendí a que no hay que dar papaya. Ello define mucho a la gente. Puedo sentarme con personas poderosas, pero a diferencia de otros magnates del mundo, el colombiano es sencillo, cercano, educado, trabajador, amable y muy hospitalario. Como siempre hay de todo,  pero aquí destacan por características que no he visto en otros lugares del globo. Quizá tenga que viajar más.

Se desviven por el extranjero. En mi caso, seduzco. Y no hablo físicamente, aquí las mujeres son bellas, sino por mi acento. De cuántos taxis me he bajado escuchando «me encanta como hablas». Y siempre digo lo mismo, «a mi me encantan ustedes». No sin antes aprender nuevo vocabulario. Qué pena contigo. Dejé de decir «móvil» para hablar de celular, ahora me regalan y pasé mis cenas a mis comidas. Y hablando de comer… Kilos y kilos de felicidad. Eso ha sido lo que he ganado. En cada lugar de los que he viajado, Barranquilla, Santa Marta, Cartagena, Islas del Rosario, Arauca, Saravena, Chiquinquirá, Villa de Leyva, Girardot, Melgar, Bogotá, Medellín, Cali, Buenaventura etc. he probado una delicia nueva, y lo mejor es que cada lugar, cada rincón supera al anterior.

Todavía miro atontada los puestos de venta ambulante, los carros tirados por caballos, el servicio de minutos telefónicos y sobre todo la rumba. Comer y beber. Todo unido. El mejor método para sobrellevar el guaro. Disculpen ustedes, pero algo no me tenía que gustar, y es que el aguardiente crea pérdidas de memoria, aunque he de reconocer que fue mi primer aliado para soltarme. Mis pies se deslizaban al son del vallenato, la cumbia e incluso la champeta. Súper. Ahora por fin sé dejarme llevar, consiento que me estrujen y que no corra el aire entre dos cuerpos. Algo muy lejano en la pista de baile española. Algún día llegaré hasta el joropo.

Nadie me paga, nadie me compra. Me enamoré de todos y de ninguno. De su tierra en su conjunto. Y aprendí como decía la canción que, qué bonita es te vida con aguardiente y tequila.